La verdad inolvidable: Justicia y Educación

A todos ha de haber ocurrido que una experiencia intensa nos hace sentir algo tan verdadero que nos gustaría no dejar de sentirlo, porque cuando el sentimiento está ahí, fresco y en todo su esplendor, pareciera que podemos hacer cosas de las que no nos creíamos capaces. Es, por ejemplo, lo que sentiríamos si vemos que a una abuelita le roban la cartera en la calle y el ladrón viene corriendo hacia nosotros: quizás le haríamos una zancadilla para botarlo, quizás lo empujaríamos, otros sacarían una voz que desconocían para gritarle algún insulto. Es también lo que nos pasaría si vemos que una madre le pega con violencia a su hijo en un mall: tal vez la detendríamos y le diríamos lo dañino de su acción, quizás intentaríamos calmarla y proteger al niño, quizás sólo la miraríamos con evidente desaprobación y agitaríamos la cabeza, algunos más apasionados le gritarían todo lo que piensan sobre su calidad de madre. Sabemos que hay personas en el mundo que no harían nada, y probablemente lo entendemos. ¿Pero creemos que es lo que corresponde hacer?

¿Cómo actuamos cuando vemos una injusticia? ¿No nos nace acaso una pasión que en otros momentos nos es desconocida? ¿No es acaso esa pasión, ese ímpetu, tan humano como cualquier otro sentimiento? ¿Y no es acaso éste, por su naturaleza fundada en el deseo de justicia, absolutamente loable? ¿Y, por último, no nos gustaría mantener siempre presente y viva esa hambre de justicia y no solamente sentirla cuando nos toca ver la injusticia frente a frente o vivirla en carne propia?

Es imposible dedicarse a contemplar la injusticia eternamente, y parece entonces imposible también desear la justicia con fervor todos los días, sin cansancio. Pero hoy en Chile la educación genera y profundiza las desigualdades, y nos olvidamos. Hoy en Chile los afortunados estudian con los afortunados, y los pobres estudian con los pobres, y también lo olvidamos. Hoy en Chile donde naces define quién puedes llegar a ser, de forma exagerada y en casi todos los casos, y es casi imposible recordarlo todos los días. Pero aún más grave es que hoy la gente de mi país se desconoce a sí misma, quiere evitar encontrarse en la ciudad, en los colegios, en los teatros, en los parques, en las playas, en la Iglesia, en la calle. Hoy existe el deseo fervoroso y vivo no de justicia, no de unidad, no de solidaridad, sino de que la injusticia de la sociedad no me afecte a mí, de que el ruido de la marcha no interrumpa mi estudio, de que el paro no me haga perder un día de clases, de que la protesta en la calle no atrase el viaje a mi casa. Eso sí que parecemos tenerlo siempre presente.

Pues yo no pido, entonces, que todos los días tengamos por la desigualdad en la educación la rabia apasionada que sentiríamos ante un ladrón, o ante una madre que golpea a su hijo. Sólo pido que recordemos que los sentimientos son pasajeros, pero que la injusticia permanece. Que ésa sí sea una verdad inolvidable.

on 17:14 1 comentarios